Sueños de lana

 

A mi me enseñaron a andar en bicicleta, hacer germinadores, atarme los cordones y a comer con la boca cerrada. Pero nadie me enseño a dormir cuando tenía ganas de dormir. Nunca me funcionó eso de ponerme a contar ovejas. Y eso que lo intenté miles de veces. Probé con las blancas y también con negras y marrones. Hasta me animé con otras de colores inventados por mí, total todo era sueño. Pero un día se aburrieron de que las usen siempre para lo mismo. Entonces se negaban a aparecer o te pedían alguna remuneración a cambio.

Con corderitos también lo intenté, pero siempre les costaba saltar esa valla de madera. Entonces me tenía que tomar el trabajo (como si uno no estuviera cansado a esa hora) de bajarla un poco a ver si así podían. No había caso: se caían igual los pobres.

He recibido reproches y cartas de ovejas madres, acusándome de desconsiderado. Hubo noches de desesperación que me animé a contar ovejas esquiladas, pero son tan feas así peladas que me daba miedo quedarme dormido y tener pesadillas. También las conté en otros países. Pero cada vez que empezaba a enumerar en otro idioma me perdía y ahí se quedaban, mirándome con esa cara de, esperando que yo avanzara hasta que se aburrían y se iban a otro sueño.

Diálocos

– Centro médico, buenos días.
– Buen día señorita. Quería sacar turno con un médico.
– Si, dígame qué especialidad.
– No se lo puedo decir.
– ¿Pero qué tipo de problema tiene?
– Es…un problema personal.
– ¿Suyo o con el médico?
– Un problema personal mío. 
– Entiendo… pero acá hay médicos de todas las especialidades.
– Mire, es por un tema bastante especial.
– ¿De qué tipo?
– Le diría que del tipo íntimo.
– Mire señor, necesito más detalles. Así no me está ayudando.
– Es que yo no la quiero ayudar. Quiero que usted me ayude a mí. 
– Hagamos una cosa, usted dígame qué síntoma tiene, y yo le digo cuál es su problema.
– Vergüenza.
– ¿Vergüenza es un problema o un síntoma?
– Vergüenza me daría contárselo a usted. 
– Eso es un problema.
– Eso lo va a decidir el médico.
– ¿Qué médico?
– No se señorita, eso dígamelo usted. Para eso estoy llamando.
– Necesito que sea más específico para poder derivarlo con el especialista indicado.
– No la conozco como para darle tantos detalles. Prefiero guardar privacidad.
– De todos modos yo no lo conozco señor.
– Pero si me da un turno, me va a conocer cuando vaya. 
– Le puedo dar un turno en un horario en el que yo no esté.
– ¿En qué horario trabaja usted?
– Por la mañana señor.
– Es en el único horario que yo podría ir. 
– ¿Cómo podemos hacer entonces?
– Mire señorita, me está haciendo demasiadas preguntas.
– Y usted me está dando muy pocas respuestas.
– Yo sólo quiero un turno con un médico.
– Bueno pero…
– …y que sea por la mañana!
– Señor le pido que se tranquilice.
– ¡Me voy a tranquilizar cuando me de un turno con un médico! Y ya me hizo subir la presión. ¡Ay, por favor! Un médico. Urgente. Señorita, mándeme un ambulancia…

Hipérbaton de noticias

La prostitución es una forma de violencia sexual 
que prostituye a los sexos por formas de violencia
Sexo violento, prostitución de forma
Violencia sexy con forma de prostitución
Prostitutas asexuadas formadoras de violencia 
Violadores de formas 
prostitutos del sexo
Formadores de violencia y de prostitutas 
que no saben que prostituirse es la forma de violar al sexo
La prostitución sin sexo está perdiendo forma
Violá. Sexá. Prostitutá 
Formá

El tapial de la vieja Aurora

El tapial de la Vieja Aurora

 
Jugar a la pelota en el campito del barrio del hospital, era jugarse la vida. Sí, así como están leyendo. Y no estoy hablando de perder la vida metafóricamente, como siente uno cuando erra un cabezazo debajo del travesaño. Ni siquiera, mirá lo que te digo, de arriesgarse la reputación de futuro crack ante la prensa local, por tirar una rabona cuando tu equipo va ganando once a cero. No hermano. Estoy hablando de morirse en serio. De dejar de respirar. Pum. Desaparecer de la faz de la tierra. 

Fifo, Rúben, el Cofla, Maurito, Wenses, el sobrino de Fabricio y el Jano, cualquiera de ellos podría salir de testigo para que no anden batiendo que soy un chamuyero. Pero hoy ninguno está con nosotros. Y todos alguna vez jugaron en la canchita del barrio del hospital.

Se dice que todos desaparecieron en circunstancias parecidas. Lo que siempre se comenta es que todos los que ya no están, tuvieron que saltar el tapial de la casa de la Vieja Aurora a buscar alguna vez la pelota. Estas desapariciones, obviamente no ocurrían cada vez que la pelota cruzaba el maldito tapial, porque sino no quedarían más pibes en el barrio. Y por lo tanto estaríamos hablando del único barrio del país donde no se juega a la pelota. 

Para los que nunca escucharon hablar de Aurora, era la vieja que cuidaba la casa del finado Zarate, hombre muy ligado a la política provincial, y uno de los fundadores del Tiro Federal del pueblo. Se dice que la vieja truchó los papeles para quedarse con la propiedad. Desde que Zarate murió, nadie más entró a esa casa. Salvo ella y su quichicientos gatos mugrientos. Muy pocos la pudieron ver alguna vez. Sólo aquellos que cruzaron el tapial y tuvieron la suerte de volver. Aseguran que tenía una joroba horrible. Algunos creen que era de tanto andar agachada enterrando las pelotas que volaban desde el campito. Otro comentan por lo bajo que la Vieja Aurora los mataba y se los comía, y que por eso su joroba crecía enormemente.

¡Salimooo! – fue lo último que se le escuchó decir a Fifo mientras reventaba la pelota en lugar de salir jugando, dándole el pase al pie a un compañero. Todos miraron al cielo siguiendo la de gajos que se perdía entre las nubes, para ir derechito a la casa de la Vieja Aurora. Todos miraron a Fifo como sabiendo que era la última vez que lo veían, tratando de mirarlo mucho por si no volvía del otro lado del tapial. A pesar de que Fifo no volvió, el partido tuvo que terminarse porque había mucha plata y cajones de cerveza en juego. Además no quedaban fines de semana libre para terminarlo por el tema de las fiestas y después ya venían los corsos y se complicaba. 

Del caso de Fifo ya van a ser cinco años el veinte de diciembre. Es el día de hoy, y te lo juro porque me caiga muerto acá, que a pesar de todo se sigue jugando al fútbol en esa canchita. Y lo curioso, es que cada día salen mejores jugadores. No se si será por ese mito que anda dando vueltas, de que todos los que desaparecieron fue por reventar la pelota a lo de la Vieja Aurora, en lugar de salir jugando. Pero hoy en el campito del barrio del hospital, cada vez se juega más lindo al fútbol. Mirá que la canchita casi no tiene césped y está lleno de pozos. Pero si vieras cómo el arquero sale jugando con el central, y éste la pisa y con el mentón levantado se la da redondita al cuatro, que de primera la toca para el volante central y enseguida le pasa por la espalda picando al vacío para buscarla nuevamente, y amaga que va a tirar el centro pero levanta la cabeza, y ve que viene entrando el siete por la otra punta, y le hace un cambio de frente perfecto, que el siete la baja como cuando uno intenta agarrar una burbuja con la mano para que no se le reviente, y queda mano a mano con el arquero rival que le sale, pero el siete le amaga para acá y ahora le quiebra la cintura para allá desparramándolo como si fuera un títere al que le cortaron los hilos, y ahí queda de frente al arco vacío lleno de gloria para darle un pase suave, una caricia a la red que se infla orgullosa a pesar del gol en contra, abrazándose con ese puñado de hinchas que gritan desaforados contra el alambrado.

Nadie sabe qué pasó

La vió subir al tren y enseguida la firpó de arriba a abajo. Ella notó que le habían quepiado los quefros y se hizo la frotulada rostirándose contra la gelada, mirando no se qué.

Sus quefros no podían quedarse farelos y cada tanto merlaba por el garlopo del tren a ver si él seguía ahí. Los dos trataban de mifurpear, como si alguno de los otros márgolas que viajaban en el tren hubieran notado que ellos querían regomarse la prótula. Buscaron la manera de groparse haciéndose los disimulados. Ella se ferpoló hacia la váfola donde él estaba: el ni se japió. Llegaron a una quefrada y se firpearon a ver si alguno se frogaba del tren. Pero la váfola se cerró y los dos quedaron ahí, fema a fema durante unos cinco esgalos hasta que él le cafó la marfena delante de todos los márgolas y le pinagó la goquefa hasta meterle la nipogue en su arcofa. Ella se entregó a la fureca y empezaron a rufarse, chocándose a todos los márgolas, mirocándose sin afor de vagón en vagón, atravesando todas las alefas. Una señora los miró con ogre, pero ellos ni la afizaron. El guarda quiso pararlos y pedirles el feco pensando que se hacían los liques para no pagar, pero le dio tanto calión que los dejó.

La ciudad se iba alejando y ellos estaban cada vez más fremados, rozándose las mirulas que chorreaban como babas de ópulas en celo. De pronto el tren zancró y las váfolas se abrieron. Habían llegado. De un esgalo a otro todos los márgolas habían desaparecido y los garlopos quedaron vacíos de aire. Volvieron a encontrarse y se vieron hasta la profundidad de los quefros, sabiendo que su viaje había terminado.

Cicatriz

Lo abandonaron de amor. Las esquirlas del corazón le fueron atravesando cada parte de su cuerpo hasta que murió desangrado.

Noches de estreno

Basta que alguna se despierte y se prenda para que las demás, de celosas que son, empiecen a florecer una al lado de la otra. Uno puede imaginarlas desperezándose y estirándose mientras se despegan y se arrancan el sueño de la cara. 

La función acaba de comenzar y parece que habrá lugar suficiente para todas. Pero entre parpadeo y parpadeo se van sumando, y si te atrevés a parpadear otra vez más, la suma se multiplica y cómo te lo digo. El desierto negro parece cada vez más chico, y las últimas en llegar van pidiendo permiso porque ninguna se quiere perder el espectáculo. Cada tanto alguna caída del catre, aparece con su cola larga y blanca, coqueteando fugazmente, mirando a las demás desde arriba lo que ya se ve desde arriba. Aunque tengan millones de años, se niegan a envejecer. Y viven como adolescentes que se despiertan cuando todo el mundo está calentando la sopa para irse a dormir. No tienen valores pero están llenas de sentimientos, y si se enamoran juegan a regalarse cosas que no brillan. Desde lejos parecen pedacitos de algodón, pero acercarse a ellas sería imposible porque uno se pincharía las manos con sólo acariciarlas. Nadie sabe si hablan. Tampoco hace falta porque nadie las escucharía. Pero ellas se enorgullecen de saber que fueron musa de esas canciones que nunca dejaremos de oír. 

Ahora sí, el cuadro se va pintando y parece que ya están todas. Cada una en el mismo lugar de siempre, el mismo de todos los días desde que existen los días. Sin embargo, a la hora de hacer una escala en nuestro camino al cielo, la elegida será una. Solo una.

Estrella

No se sabe muy bien cómo fue. Pero una tarde de un domingo tan domingo, donde el gris invadía la ciudad y parecía que había echado al resto de los colores para que todo fuera más triste, una estrella apareció en su habitación mientras ella dormía. Algunos creen que fue el viento. Otros, que un avión que volaba hacia un país desconocido cortó el hilo del que colgaba con una de sus alas. Y los más locos aseguraban que cada millones de años, cuando el planeta madura, se sacude y deja que caigan sus estrellas como si fuesen manzanas. 

Por un segundo, todos los habitantes de la ciudad quedaron encandilados. Pero antes de ser descubierta, la estrella voló hasta llegar a la ventana de la habitación de la chica. Dicen que era la estrella más grande de todo el universo. Por eso nadie entiende cómo entró en su habitación que estaba llena de muñecas y ropa y peluches y zapatos y almohadones grandes y almohadones más chiquitos y sueños y crayones y pinceles y un montón de cosas que no sabía si le gustaban, pero que las guardaba por si un día le llegaban a gustar. Lo primero que hizo cuando la vió al lado de su cama, fue mirarse al espejo y descubrir la sonrisa más grande que alguna vez su boca había dibujado. Enseguida corrió a cerrar la puerta para que nadie supiera lo que había en su habitación. Era su tesoro. Pensó que podía estar soñando, entonces por las dudas ni se pellizcó. La estrella era de colores y si la tocaba se le hundía un poco el dedo. No veía la hora de ir al otro día al colegio y contarle a sus compañeritas. Se quedó contemplándola durante toda la tarde hasta que finalmente se durmió. 

Cuando se despertó al otro día, la estrella ya no estaba. La buscó desesperada por toda su habitación, hasta que se dio cuenta que por su tamaño tendría que verla a simple vista. Lloró como tiene que llorar una chica que pierde una estrella. Iba a preguntarle a su mamá y a sus hermanos, pero tenía miedo de que se burlaran. Durante varias noches miró al cielo desde su ventana a ver si la encontraba, pero eran todas iguales. Hasta pensó en ir a un astrólogo, pero con las monedas que habría en su alcancía no le iba a alcanzar para pagarlo. 

Jamás le contó a nadie lo que pasó ese domingo por la tarde. Pero desde ese día, para ella los domingos ya no son tan tristes si piensa en estrellas. 

Dicen que cada vez que alguien lea esta historia, va hacer que la estrella se aparezca otra vez en la habitación de la chica. Para que ella la pueda seguir. Para que ella pueda ser feliz.

Alicia

Los nervios se iban distendiendo con los aplausos del público. Los músculos se avisaban entre sí que ya podían relajarse. El creciente murmullo se fue transformando en la palabra fabuloso, hasta perderse en la espuma del mar y de las copas. 
Toda la tensión que él había acumulado las semanas previas a la presentación de su obra, iba desapareciendo para darle lugar a una noche perfecta. El lugar que había elegido, no era al azar. Y encontrarlo le llevó casi tanto trabajo como sentir que su obra estaba terminada. Era un perfecto perfeccionista inconformista. Dejarse llevar por el instinto era cosa de mediocres. Mezclados entre los invitados estaban todos los que tenían que estar. Los que le habían dado sentido a esa historia y que de alguna manera eran responsables de lo que estaba sucediendo. Si uno se abstraía y miraba la situación desde afuera, podía sentir que todos estaban a gusto y que no había nada forzado. Los ambientes no ocultaban la intención decorativa y la vista general definía una estética un poco sobria, muy armónica, nunca extravagante, a veces modesta, siempre amable. 
Que el cocktail fuera un domingo, tampoco era casual. Más bien parecía escrito, y era lo único que uno podría decir que estaba forzado de esa noche. No fue su instinto el que se lo dijo, pero él sabía que ella se iba a presentar. 

Había llegado a la ciudad el día anterior y había reservado un cuarto de hotel. Después de registrarse con el nombre de Alicia Luna, subió a su habitación. Aunque no llevaba equipaje, le dio propina al botones y le dijo que si preguntaban por ella, respondiera que nunca se registró nadie con ese nombre. 
Enseguida se acostó y trató de descansar. Pero la atormentaba pensar en el hecho de estar ahí y que al fin se iba a encontrar con él, que era tan parte de ella. Dio vueltas en la cama y como no pudo dormir, decidió salir a dar un paseo. La ciudad no le gustaba. No se sentía parte. Hubiese preferido un lugar un poco más triste. Mar del Plata en cambio, es una ciudad soñada, concebida con el mismo rigor que un monumento o un palacio. Hacía frío y pensó que una copa de vino tinto podía ayudarla a encontrar un poco de tranquilidad. Ya sabía lo que iba a pasar al día siguiente; lo que no sabía era cómo iba a reaccionar al verlo. De repente, a través de la vidriera, lo vio salir de una tienda con una caja bajo el brazo y lo reconoció en el acto. Le pareció extraño verlo ahí y dudó, pero recién había tomado un sorbo de su copa de vino. No entendía qué podía estar haciendo él en ese lugar, porque jamás le había mencionado una escena así. ¿O ella no lo recordaba? Quizás para el momento de esa escena ella ya estaría muerta. Le pagó al mozo sin preguntar cuanto debía y volvió al hotel más confundida de lo que se había ido. Subió las escaleras corriendo, abrió la puerta de su habitación y se tiró en la cama a llorar. No entendía muy bien por qué. Tal vez intuía el final. Se quedó dormida entre sábanas y lágrimas y recién se despertó al otro día. Cuando miró el reloj, se dio cuenta que sólo faltaba una hora para la presentación. 
Se baño rápido. Se puso la ropa que tenía que usar esa noche. Se fue del hotel sin avisar que nunca más volvería. Paró un taxi y le mostró al chofer un recorte del diario donde informaba que esa noche Alfredo Puente presentaría su última novela. El taxista murmuró algo inentendible. Esta escena hubiese sido más dramática bajo la lluvia, pero era un otoño muy seco. 

No llegó tarde, pero los invitados ya estaban todos ahí. Nadie la miró mientras avanzaba hacia Alfredo, pero ella sentía que todos la reconocían. Cuanto más se acercaba a él, más rápido le latía el corazón, pero más lentos se hacían sus reflejos. Tanto que cuando él la vió, ella se frenó de golpe. Alfredo se había enterado de su vuelta y estaba completamente fuera de si, aunque se mostraba tranquilo charlando con otras personas que completaban la escena. Terminó de tragar un canapé, se limpió las manos con una servilleta de papel y mientras tomaba de un trago su champagne, sacó la pistola y le disparó en el medio del pecho, justo donde había más angustia. Ninguno de los presentes se sorprendió. Nadie se dio cuenta de que estaban todos manchados con sangre, porque el final de Alicia ya estaba escrito hacía rato.

Marumba

Pienso en marumba todo el día, todos los días, los días todos, días los todos. Pero al final no se si estoy pensando. Marumba no se parece a nada, salvo que la compares con todo. Es estar en la cresta del pozo, bien arriba de los más abajo. Es una hoja en blanco, un examen a libro abierto. Marumba no es de ningún país pero está en todos lados, como clavada en el aire, por eso es tan difícil de atrapar. Es verbo, sustantivo, predicado y pecado. Es la más prostituta de las palabras y conjuga (¿dije conjuga?) sin cobrar.

Silabearla es fácil, ma-rum-ba. Pero cuando querés decirla de corrido, la primera eme tarda en escucharse, porque es la eme de la duda. Una eme de ceño fruncido que vibra en el paladar. Aunque tenga una erre, you can’t think of marumbas in français. Los que logran llegar a la segunda eme lo hacen casi sin aire, agotados. Entonces se apuran para terminar con esto de las marumbas y ya con la vista nublada y un poco mareados escupen el final, ese ba con la mandíbula por el piso que si te mirás en un espejo te vas a sentir un idiota, así que en este momento no es aconsejable levantarte a buscar uno.

Marumba es ser conciente de que estás inconciente. Marumba no figura en ningún diccionario, y si lo hiciera debería estar entre marullo y marxismo: una es el movimiento de las olas, y la otra es una ola de movimientos. Tampoco está en el cielo porque no existen nubes con forma de marumbas. 
Marumba es el nombre de un tango que ningún Polaco se animó a escribir, y está esperando en el fuelle de un bandoneón a que algún Pichuco la despierte de ese letargo.

Marumba no afina
en ningún estribillo
Marumba no baila
aunque rumba

Me repito si no me estoy volviendo repetitivo repitiendo todo el tiempo la palabra repito, digo, marumba. Pero debe ser por esto de pensar los días todos en marumba.
Marumba se volvió castigo, pero la única vez que escribieron marumba con tiza en un pizarrón, el polvo de la tiza se volvió tinta y el blanco se tiño de rojo.